Vaya que si Edwin ama su trabajo

Con las barrigas llenas y los corazones contentos, nos despedimos de Don Eli después de haber comprado bolsas de delicioso chocolate oaxaqueño que hace su nuera. Y nos alejamos siguiendo a nuestro guía quien se encargaría de llevarnos a diversos puntos panorámicos durante el recorrido hasta llegar a un puente colgante Nuestro guía de esa tarde, se llama Edwin, y tiene tan solo 15 años pero ya lleva dos dedicándose a guiar turistas. Su amor por la naturaleza y por su hermosa tierra, se dejaba ver en la enorme sonrisa que iluminaba su rostro y en cómo su mirada se perdía admirando el horizonte como queriéndose perder en él, incorporando las vistosas escenografías que su sierra le regala, que a pesar de serle tan familiares, parecen seguirle maravillando. En todos los miradores a los que subimos, tras quedarnos sin aliento por la belleza del lugar, se nos escapaban exclamaciones de admiración y gozo. A los que él respondía orgulloso asegurándonos “Y eso que este no es el mejor, espérense a llegar el principal.” Hasta que llegamos y entendimos por qué lo decía. Disfrutamos de aquellos paisajes, de su compañía, de su gusto por lo que hace y de su sonrisa, tanto como él disfruta de su trabajo de guía.
Finalmente llegamos al puente colgante. A la entrada, nos topamos con una familia que esperaba turno para pasar ya que sólo están permitidas 7 personas a la vez. Pues resulta que traían un dulce típico de la zona Oaxaqueña en la que viven, cerca de la costa. Lo describiría como una cocada de chocolate. A mi no me gustan nada las cocadas, pero iba dispuesta a vivir las experiencias que la vida me presentara, así que decidí probar. No saben que delicia! Y ahí parada mientras esperábamos turno para pasar me sentí tan afortunada. Como si fuera poco, además de todo lo que habíamos disfrutado en nuestro recorrido, tuvimos la suerte de coincidir con la familia y de que fueran compartidos, dándonos la oportunidad de probar aquella delicia.
Estando ahí, ya iba a meterse el sol y la gente empezó a retirarse. Nosotros, por el contrario, escogimos la piedra mas alta para sentarnos a esperar el atardecer. Edwin, no tenía ninguna prisa de dar por terminada su jornada laboral, a pesar de que ya nos habíamos pasado por mucho del horario marcado por el itinerario. El estaba absolutamente agusto y dispuesto a deleitarse con la experiencia a pesar de que el frío que arreciaba empezaba a calar los huesos. Eso no lo amedrentó, a nosotros tampoco. La naturaleza nos premió con un atardecer bellísimo. Para rematar regresando a las cabañas, nos tocó la suerte de que era la fiesta del pueblo y pudimos gozar de las tradiciones de dicho festejo.
Don Eli y Edwin habían sido parte central para lograr que ese día fuera mágico. Que delicia hacer lo que amas, que fortuna para ti transmitir a tus clientes el placer por tu trabajo y contagiarlos de esa forma, que afortunados tus clientes de obtener más de lo que “contrataron” y recibir ese extra que te deja con el sabor de boca de haber recibido la cereza del pastel.
Al terminar ese maravilloso día, recostada sobre la cama de arriba de la litera en la que me tocó dormir, observando las inquietas llamas del fuego que bailaban sin cesar dentro de la coqueta chimenea que calentaba nuestra rústica pero cómoda cabaña, agradecí a la vida por el día tan maravilloso que habíamos disfrutado. Sin embargo, pensé que había sido tan hermoso que seguramente opacaría al siguiente día que teníamos por delante. Lamenté un poco haber tenido el mejor día al iniciar el viaje ya que los demás no podrían ser igual de espléndidos.
Pero lo bueno de acompañarte de gente que ama lo mismo que a ti, es que eso hace que lo disfrutes aún más. Decidimos levantarnos a las 5:30 para ir por nuestra cuenta, al mirador del puente colgante para ver el amanecer. Si hubiera ido yo sola la verdad no me hubiera animado a hacerlo. Pero acompañada claro que me animaba. Así lo hicimos. Llegamos cuando aún estaba obscuro iluminando nuestros pasos con pequeñas lámparas. Seguidos por Firulais, como bautizamos al perrito que decidió acompañarnos, buscamos el punto más alto, finalmente escalamos un mirador de lámina desde donde pensamos tendríamos la mejor vista. Vaya si estaba equivocada. El día anterior no tenía forma alguna de opacar ese amanecer. Los tonos con los que el despertar del sol pintó el cielo son absolutamente indescriptibles. La grandeza de la naturaleza y su belleza se nos imponen y nos conmueven de tal forma que podemos pasar 2 horas absolutamente embelezados contemplando… ni siquiera intentaré describirlo, mejor te lo comparto en las fotos.
Ojalá logremos amar nuestros trabajos como Don Ely y Edwin y logremos ser como la naturaleza, cuando yo pensaba que ya no podría superarse a si misma lo hace y con honores.

